MUSEO VIRTUAL DE

 

HISTORIA DE LA MASONERÍA

   

 LA GLORIFICACIÓN DEL TRABAJO

 

 

 

         

 

La logia "Los verdaderos amigos de la unión y del progreso reunidos, Bruselas, 1879

 

 

Está de moda en nuestra época, exaltar el trabajo, cualquiera que sea y de cualquier manera que se haga, como si tuviera un valor eminente por sí mismo e independientemente de toda consideración de un orden diferente; es el tema de innumerables declamaciones tan vacías como pomposas, y eso no solo en el mundo profano, sino incluso, lo que es más grave, en las organizaciones iniciáticas que subsisten en occidente. La «glorificación del trabajo» es concretamente, en la Masonería, el tema de la última parte de la iniciación al grado de Compañero; y desafortunadamente, en nuestros días, esta «glorificación» se comprende de manera completamente profana, en lugar de ser entendida, como lo debiera, en el sentido legítimo y realmente tradicional que nos proponemos indicar a continuación.

Es fácil comprender que esta manera de considerar las cosas se relaciona directamente con la necesidad exagerada de acción que es característica de los occidentales modernos. En efecto, el trabajo no es evidentemente otra cosa que una forma de la acción, y una forma a la que, por otra parte, el prejuicio «moralista» arrastra a atribuir todavía mayor importancia que a toda otra, porque es la que se presta mejor a ser presentada como constituyendo un «deber» para el hombre y como contribuyendo a asegurar su «dignidad».

A ello se agrega frecuentemente una intención claramente antitradicional, a saber, la de despreciar la contemplación, que se quiere asimilar a la «ociosidad», mientras que, antes al contrario, la contemplación es en realidad la actividad más alta concebible, y cuando, además, la acción separada de la contemplación no puede ser más que ciega y desordenada. Todo eso se explica fácilmente en el caso de hombres que declaran que «su felicidad consiste en la acción misma»; hemos encontrado esta frase en un comentario del ritual masónico que sin embargo no es de los más afectados por las infiltraciones del espíritu profano. Cuando la acción se toma así por un fin en sí misma, y cualesquiera que sean los pretextos «moralistas» que se invoquen para justificarla, no es verdaderamente nada más que una forma de agitación.

Todas las tradiciones insisten sobre la analogía que existe entre los artesanos humanos y el Artesano divino, puesto que tanto los unos como el otro operan «por un verbo concebido en el intelecto», lo que marca tan claramente como es posible el papel de la contemplación como condición previa y necesaria de la producción de toda obra de arte; y esa es también una diferencia esencial con la concepción profana del trabajo, que lo reduce a no ser sino acción pura y simple, como lo decíamos más atrás, y que pretende oponerlo incluso a la contemplación.

Desde que el artesano humano imita así en su dominio particular la operación del Artesano divino, participa en la obra misma de éste en una medida correspondiente, y de una manera tanto más efectiva cuanto más consciente es de esta operación; y cuanto más realiza por su trabajo las virtualidades de su propia naturaleza, tanto más crece al mismo tiempo su semejanza con el Artesano divino, y tanto más se integran perfectamente sus obras en la armonía del Cosmos.

Así, podemos concluir estas pocas indicaciones diciendo esto: la «glorificación del trabajo» responde ciertamente a una verdad, e incluso a una verdad de orden profundo; pero la manera en que los modernos la entienden de ordinario no es más que una deformación caricatural de la noción tradicional, deformación que llega a invertirla en cierto modo. En efecto, no se «glorifica» el trabajo con discursos vanos, lo que ni siquiera tiene ningún sentido plausible; sino que el trabajo mismo es «glorificado», es decir, «transformado», cuando, en lugar de no ser más que una simple actividad profana, constituye una colaboración consciente y efectiva en la realización del plan del "Gran Arquitecto del Universo". 

Extractado de: René Guenón, Apercepciones sobre la Iniciación, capítulo X.

 

 

    

        

  

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